Chiapas es en el cosmos lo que una flor al viento.
Es célula infinita que sufre, llora y sangra.
Invisible universo que vibra, ríe y canta.
Chiapas, un día lejano,
y serena y tranquila y transparente,
debió brotar del mar ebrio de espuma
o del cósmico vientre de una aurora.
…Y surgió, inadvertida como un rezo de lluvia entre las hojas,
tenue como la brisa, tierna como un suspiro;
pero surgió tan honda, tan real,
tan verdadera y tan eterna como el dolor,
que desde siempre riega su trágica semilla por el mundo.
Desde entonces, Chiapas es en el cosmos lo que una flor al viento.
Chiapas nació en mí:
con el beso primario en que mi madre
marcó el punto inicial del sentimiento.
Chiapas creció en mí:
con los primeros cuentos de mi abuelo,
en la voz de mi primer amigo,
y en la leyenda de mi primera novia.
Desde entonces, Chiapas es en mi sangre
beso, voz y leyenda.
…Y fue preciso
que el caudal de los años se rompiera
sobre mi triste vida solitaria,
como la espuma en flor, de roca en roca,
para saber que Chiapas no era sólo río,
para saber que Chiapas no era sólo estrella,
brisa, luna marimba y sortilegio.
Para saber que a veces también era
la indescriptible esencia de una lágrima;
algo así como un grito que se apaga
y un suspiro de fe que se reprime.
Supe que Chiapas no era sólo el insomnio de la selva
besando la palabra de los vientos
y el río llorando epopeyas
en el torrente de las horas viejas…
Percibí en ella una sed insaciable de nuevos horizontes,
una ansia inconfesada de compartir su vieja voz de arrullo
su triste voz
(triste como la imagen del indio
clavada entre la cruz de sus caminos).
…Mas supe también que Chiapas era
el callejón aquel donde ladraba el tiempo,
aquel olor a lluvia que cantaba
la santidad de nuestras almas niñas.
Y, supe además, que a ratos era una fiesta en el barrio,
el aroma infinito de una ofrenda
y una marimba desafiando al aire
profanado de cohetes y campanas.
¡Chiapas!
he de volver a ti como un suspiro al viento
como un recuerdo al alma.
He de volver a ti
como el cordero fiel de la leyenda
para ser una nota, que perdida,
vague en la soledad de tus veredas.
Para ser “uno más” entre tus redes,
tejidas con el hilo del incienso
y beber el poema de tus noches
en la leyenda azul de tus marimbas.
Y cuando viejo, solo y abatido
se aproxime al final de mi existencia,
he de besar tu tierra para siempre.
A esa bendita tierra,
que cual ella me hiciera:
con un alma de cruz
y de montaña.
Enoch Cancino Casahonda
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