Esta historia se da lugar en Chiapa de Corzo en la primera mitad del siglo XVII, donde vivía don Alberto Cerda, un rico terrateniente. Jacinto López, su principal criado se encontraba en un estado de salud delicado, y se encontraban esperando su fallecimiento, y así fue, dejando bajo la tutela de don Alberto a su hijo José. El niño fue criado con ciertos privilegios sobre los demás muchachos de la hacienda, de los cuales doña Caridad, esposa de don Alberto, nunca quiso que le fueran dados al pequeño, y a que ella era despiadada y arrogante. Y eso no era todo, pues el matrimonio tenía una hija llamada Concepción, que contaba con la misma edad que José.
Pasado el tiempo, ambos muchachos crecieron, José seguía de criado y Concepción que cada día era más linda, encerrada en su casa. Su único paseo era el que hacía con su papá por las márgenes del río, llevando a José como remero.
El muchacho se enamoró de ella, don Alberto estuvo de acuerdo con el noviazgo, pero no así doña Caridad, y no teniendo a nadie de la casa de su parte, buscó la ayuda de un joven rico y tenorio del pueblo, Fernando Gutiérrez, el cual según doña Caridad siempre había deseado cortejar a su hija, y sin pérdida de tiempo le propuso que se llevará a Concepción lejos de la hacienda y la amara, así todo terminaría con el casamiento de ambos jóvenes.
Fernando tuvo la oportunidad de cometer su fechoría, pero ésta no salió como lo habían planeado, pues resultó que la muchacha se defendió, y este al sentirse despreciado e impotente, sacó un puñal y lo clavó en el pecho de la joven. Cuando recapacitó de lo que acababa de hacer, corrió al lado de doña Caridad con una mentira, diciento que Concepción prefirió morir antes que traicionar a José y que sorpresivamente le sacó el puñal que siempre llevaba en su cinto y antes que pudiera evitarlo, se partió el corazón.
Doña Caridad, que nunca esperó esta tragedia, lo único que hizo fue arreglar un nuevo trato, en donde le echaba la culpa de la muerte a José, quien fue juzgado y condenado a morir en la horca, exactamente cuando el reloj de la plaza tocara la primera campanada de las doce de la noche. Por su parte don Alberto, que se encontraba deshecho, descargaba toda su ira en el infeliz de José, creyéndolo, de igual modo, culpable.
Llegado el día de la ejecución, toda la gente del pueblo se congregó en la plaza, y al llegar la hora, las manecillas del reloj marcaron las doce de la noche, pero jamás se escuchó ninguna campanada. El pueblo de Chiapa vio asombrado que los minutos transcurrieron si que las campanas sonaran. Así el reloj salvó la vida de José.
Fernando, que hasta entonces presenciaba la ejecución, de repente enloqueció y comenzó a gritar: «Yo la Maté», «Yo la maté», al mismo tiempo que acusaba a doña Caridad como su cómplice.
Días después, en lugar de José, Fernando fue colgado y doña Caridad encerrada por cómplice.
Aparentemente todo volvió a la normalidad en el pueblo, pero sus habitantes recordarían aquella noche del 9 de agosto, en que el misterioso reloj de la plaza de chiapa había salvado a un hombre inocente.
Fuente: Leyendas Chiapanecas, C. Pineda & A. Rincón
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