El dia de hoy, de hecho en estos momentos, esta sucediendo un eclipse anular de sol, visible en gran parte del mundo.
A propósito del tema, queremos compartirles un texto encontrado en la Biblioteca Digital de la Medicina Tradicional Mexicana donde nos explica como interpretaban este fenómeno las antiguas etnias de Chiapas.
Entre los grupos mayenses de Chiapas, Tabasco y la península de Yucatán, la teoría en torno a este acontecimiento revela algunos matices peculiares. Su agente causal es un animal mitológico, sea jaguar, serpiente, lagarto u hormiga. De esta manera, los yucatecos afirman que las xulab, himenópteros de color rojo, atacan en masa al Sol o a la Luna. Por su parte, los lacandones hablan de una serpiente o una iguana. Según los choles, el depredador cósmico es un jaguar. Los tzotziles de Zinacantán le atribuyen los eclipses a muk’ta k’anal, el planeta Venus. El credo zinacanteco pareciera así salirse de la norma, pero Closs sostiene que los animales antes mencionados son representaciones del lucero, aun cuando no lo hagan explícito los choles, lacandones y mayas. El autor se basa en textos indígenas precortesinos y coloniales, como el Códice de Dresde, los libros del Chüam Balarn y El ritual de los bacabes. En ellos, las numerosas alusiones al planeta Venus adoptan formas zoológicas, y su relación con los eclipses es marcada. Posiblemente, la antigua creencia haya perdido parte de su contenido al pasar el tiempo, salvo en el caso zinacanteco. Así, quien diga «el jaguar se come a la Luna«, quizá no esté consciente de la carga astrológica que guarda el enunciado (2).
De cualquier manera, para los grupos mayenses, los efectos patógenos de un eclipse son parecidos a los ya mencionados por otras etnias. Produce malformaciones fetales como manchas en la piel -negras si es de sol, y rojas si es de luna-, extremidades deformes y labio hendido. Además, vaticina el fin del mundo. De igual forma que en otras regiones del país, se acostumbra hacer un borlote para deshacer tan nefasto acontecimiento (2).
Las creencias en torno a este suceso tienen sus raíces en la tradición prehispánica. Fue un eclipse solar, antecedido por un periodo de heladas y sequías, lo que indujo a los señores del Anáhuac y del valle de Tlaxcala a formalizar las Guerras Floridas, combates rituales cuyo único fin era la captura de prisioneros para el sacrificio (14). En el ámbito familiar, las embarazadas debían colocar sobre su vientre un trozo de obsidiana para cuidar a su vástago de los efluvios dañinos liberados durante tales oscurecimientos. Hoy en día, el objeto metálico suplanta al ígneo, pero el procedimiento sigue siendo parecido. Aun así, existen medidas preventivas de origen europeo. Según Olavarrieta, la práctica de cubrir el vientre materno con un listón o tela roja -común en los Tuxtlas, Veracruz, y entre los otomíes- «no se encuentra registrada para tiempos prehispánicos» (15). Además, menciona algunas creencias españolas convergentes con las de los antiguos mesoamericanos:
[En España] el ‘labio leporino’ se atribuye al hecho de que la embarazada haya sentido deseos de comer carne de liebre… De esto último surge un interesante paralelismo, ya que en Europa la liebre se encuentra estrechamente asociada con la Luna, igual que en el mundo prehispánico… (15:211).
Por último, cabe mencionar que la literatura etnográfica moderna parece concederle mayor importancia al eclipse de luna, lo que quizá se deba a que si bien éste no es tan frecuente como el de sol, dura más tiempo, y se puede observar en un área mucho más amplia. En efecto, durante la década de los ochenta, el mundo presenció veintidós desapariciones solares, y sólo trece lunares. Sin embargo, las primeras se observaron en zonas restringidas, muchas veces únicamente sobre los océanos; en cambio, las segundas tuvieron un mayor número de espectadores (16).
Texto completo sobre los Eclipses, en la Biblioteca Digital de la Medicina Tradicional Mexicana
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