El Sombrerón

Con frecuencia se escucha en nuestro pueblo «seguro, tiene tratos con el diablo», otro «como no va a tener dinero si en la casa que acaba de comprar encontró un buen entierro, hallando mucha plata y mucho oro en monedas y alhajas», sobretodo en aquellas familias que de repente empiezan a hacer uso de su dinero.
Estos comentarios se escuchaban entre los vecinos de uno de los barrios de Tuxtla a principios del siglo, en aquellos años cuando lo que se contaba en leyendas o tradiciones lo afirmaban como si fueran hechos reales; otras veces los casos de las leyendas los relacionaban con personajes del lugar.

Así sucedió, cuando los vecinos de doña Moni, se dieron cuenta que tenía mucho dinero, de que sus fiestas de ensartadas de flores en el mes de mayo eran muy espléndidas. Ya que echaba la casa por la ventana ofreciendo a sus invitados suculenta y abundante comida: sopa de pan, un buen mole de jolote y un sabroso estofado. Otras veces el tradicional puxaxé con sus respectivos cananés, el zispolá si se llevaban a cabo un mequé en su casa, con motivo de la sentada de las vírgenes de Copoya o si llegaba a ser priosta del Belén; ocasiones en que lucía su buen costal de azul añil, tejido en telar de cintura en la casa de la tía Flora, su blanco huipil con bonitos bordados en la bocamanga y para cubrir su cabeza unos encajes hermosos que le caían a los lados, medio cubriéndole sus aretes de canasta y corales. En estas fiestas lucía también su rosario de rojos corales con mediecitos guatemaltecos para marcar los misterios, una gruesa cruz de filigrana hecha por don Juan Mará, aparte, su collar de rojos corales y cuentas de oro de trecho en trecho, sus anillos de planchita y su buen paliacate en la cintura para bailar.
Contaban los vecinos del barrio que cierta ocasión doña Moni se dirigía a su terreno por el rumbo de Copoya para recoger nanchis y malucos cuando de repente se le presentó un hombre muy galante, como para ella, pues cabe decir que era güera, alta y galana, apuesta como resultado de saber llevar en la cabeza el típico jicalpextle.
El galán aparecido portaba un buen traje de charro, algunas veces, otras se presentaba con vestimenta zoque. En esta ocasión lucía apretado calzón negro de paño con botonadura de plata en los costados, al igual que la chaqueta; un elegante charro galoneado, espuelas de plata, relucientes botines y una corbata escarlata que hacía resaltar su apostura y grandes bigotes.
Salió al encuentro de la Moni, diciéndole que estaba muy guapa; le habló por su nombre sin conocerla, por lo que ésta se quedó asustada pensando entre sí ¿cómo es que sabe mi nombre este cristiano? El galán se acercó a ella y tratando de tomarle las manos y hasta de abrazarla de la cintura, le decía que se fuera con él, que en la cueva donde vivía tenía muchos cofres con tesoros, que allí podía tomar alhajas, monedas de oro y todo cuanto quisiera.
Cuando dijo que vivía en la cueva se sorprendió y recordó que así le habían hablado del «Sombrerón». Al pensar en eso se le enchinó el cuerpo y trató de escapar lo más pronto posible, pero ella sentía que se le aguadaban las piernas y que no podía correr. Invocó al Señor de las Ampollas del Trapichito haciendo al aire unas cruces y al momento desapareció aquel extraño varón. Rápidamente se regresó a su casa pero siempre con la tentación del ofrecimiento que le había hecho el galán, se decía entre sí «voy a regresar otro día, a lo mejor esta es mi suerte».
Y así lo hizo, y este personaje se le volvió a aparecer casi por el mismo lugar que en la ocasión pasada, elegantemente vestido con un «Nacamandoc«. En cuanto divisó a la Moni, pronto se encaminó a su encuentro y la tomó de las manos; como por encanto puso en ella una gruesa cadena de oro con su respectiva cruz de filigrana, unos aretes de canasta y doce anillos de planchita. La Moni abrió tremendos ojos, preguntándole: ¿qué más me vas a dar?, al momento puso a sus pies mucho dinero, macacos, pesos de balancita, más alhajas, unos buenos rollos de brocado, hasta ropa donde se dejaba ver encajes y calados.
Pero eso no paró allí, pronto le dijo que si quería ser siempre joven galana y sana, pronto respondió que sí, a lo cual le dijo el galán: pues ven conmigo a darte un buen baño en el arroyo de la cueva de Cerro Hueco. Como por encanto al momento se vió en el claro arroyo, sientiendo que su cuerpo estaba más liviano y terso. Lo malo fue que, al mismo tiempo iba sintiendo más fuerte olor a azufre, por lo que pronto trató de huir, pero eso sí, no soltó lo que había recibido. Al hacer lo mismo que la vez anterior y rezando algo entre sí, desapareció el personaje.

Cuando regresó a su casa contó que se había encontrado con un hombre muy guapo, rico y bien vestido, sin contar lo que le había dado ni lo de los tesoros. Después de hacerles a los vecinos una descripción perfecta, todos al unísono le dijeron ¡es el sombrerón que se te apareció!

Cuando se dieron cuenta de que la Moni contaba con alhajas, que era muy espléndida empezaron a divulgar que estaba vendida con el diablo, que cuando se muriera su alma iba a estar penando si no repartía entre los pobres su riqueza. Como todo eso llegó a sus oídos, pronto fue a confesarse recibiendo de penitencia cien rosarios diarios, que repartiera sus tesoros con los pobres y que diera más barata la carne de «cochi» que vendía en el mercado.
Trató de hacer todas las penitencias, pero lo hizo a medias, por lo que, cuando murió su alma estuvo penando; oyéndose quejidos y lamentos junto al templo del barrio; como vendió la casa a uno de sus descendientes el que la compró, dicen que encontró todos aquellos tesoros enterrados.

Fuente: Monografía del municipio de Tuxtla Gutiérrez